Sergi Roberto, el antihéroe moderno
El reusense se marcha del club blaugrana habiendo sabido esperar, disfrutando de sus momentos de gloria y parando algunas hemorragias
Los antihéroes han dejado de ser maestros con cáncer que dejan su vida atrás para hacer y distribuir metanfetaminas o puntas de espada en Los Soprano. Ya no son personajes cuyo carisma está directamente relacionado con su arrogancia. En clave blaugrana, el antihéroe moderno es de Reus, de buen ver, con unos ojos cristalinos que atrapan y un carácter aparentemente amable. Después de 11 años en el primer equipo, Sergi Roberto se va del FC Barcelona con el mismo rostro de bon minyó que no ha roto un plato en su vida, pero que ha provocado que la masa social culé sí que los haya roto deliberadamente en un amplio rango de estados emocionales: lástima, emoción, euforia, rabia y melancolía.
Intentar descifrar el destino de Sergi Roberto en el Barça siempre fue tarea difícil. Un ejemplo de que no siempre se puede proyectar ni pensar a futuro. Desde un inicio, el de Reus acumuló todo su buen ver en su apariencia y su comportamiento, pero nunca lo pudo trasladar al mismo nivel con el balón en los pies como algunos de sus coetáneos. Mientras él escalaba progresivamente en el equipo, el Camp Nou tenía los ojos puestos en un no tan desconocido Thiago Alcántara. El hijo mayor de Mazinho, que ahora es temporalmente la mano derecha de Hansi Flick en la Ciudad Condal, se topó con dos muros para no marcar una época como blaugrana: tener por delante el mejor momento de Xavi Hernández o Andrés Iniesta (y la falta de paciencia que implicaba no jugar tanto, aunque ya tenía una cantidad de minutos bárbara); y un presidente blaugrana, Sandro Rosell, que intentaba saber más de fútbol que Pep Guardiola y presumió de “vender un reserva por 25 millones de euros”.
Sergi Roberto, sin ser la representación de la excelencia, fue el que acabó haciendo carrera como blaugrana. Discreto -que no incorrecto- en su juego como interior o puntualmente como pivote, era alguien a quien darle una negativa resultaba difícil. Movimiento clásico y recurrente delante de un bon minyó, aunque luego te la acabe liando, como hizo el mismo Roberto. Ante la desgracia de no destacar por el virtuosismo, el reusense usó el don de la astucia. En clave blaugrana, reconvertir todos los conocimientos adquiridos a lo largo de los años en La Masia para adaptarse a las necesidades de un club y un equipo en concreto que, moldeado para uno de los mejores tridentes de su historia, estaba huérfano en el lateral derecho. Luis Enrique, que le conocía desde su etapa en el Barça Atlètic, le retrocedió una línea. A partir de ahí nacieron algunos de los mejores y los peores recuerdos de la afición culé.
Por mucho que el futbolista fuera una medianía en el contexto blaugrana -muy útil, pero alejado de ser un superélite-, nunca estuvo exclusivamente en sus manos que el club fuese incapaz de sustituir un parche por una primera opción en condiciones.
El invento de “Lucho” sirvió como muy buen parche para olvidar del mejor lateral derecho que ha visto el Camp Nou y que ahora evita pensar tras conocer que es un violador. Roberto no era un jugador de tanto recorrido, pues sus virtudes no destacaban por el aspecto físico, pero interiorizaba y acompañaba, entendiendo en todo momento qué necesitaba tanto el equipo como al genio rosarino que, en más de un lugar del mundo, ha logrado ser más importante que Dios. Y después de mucho tiempo de “tapado”, el destino le otorgó ser el protagonista del gol definitivo de la remontada contra el París Saint-Germain en la UEFA Champions League. Para cualquier culé, Sergi Roberto se puso en la misma mesa de recuerdos esenciales como el primer beso, el primer polvo o el primer gran éxito de nuestras vidas. Sin embargo, prácticamente nada nos da derecho a ser rentistas.
El sol volvió a salir al día siguiente de aquella noche mágica en el Camp Nou y tanto las virtudes como los defectos de Sergi Roberto se mantuvieron. Hasta el punto en el que, una vez los rivales comprendieron las flaquezas del reusense como lateral derecho, se convirtió en un punto débil. Durante mucho tiempo, ver jugar a Roberto era un suplicio. Un desesperante “querer pero no poder” en toda regla que comulgaba en pedir su cabeza rodando por Arístides Maillol. Aun así, todos los entrenadores que llegaron después de Luis Enrique siguieron contando con él. Fruto de las fortalezas del jugador y de una incompetencia prolongada desde la directiva. Por mucho que el futbolista fuera una medianía en el contexto blaugrana -muy útil, pero alejado de ser un superélite-, nunca estuvo exclusivamente en sus manos que el club fuese incapaz de sustituir un parche por una primera opción en condiciones. Hasta desatascar a Jules Koundé de su tozudez, el Barça no ha tenido con un lateral derecho en condiciones durante los últimos años.
Uno de los méritos de Sergi Roberto, más allá de saber esperar su momento, fue lograr que fuera necesario verle jugar incluso en las épocas en las que pedir su cabeza era la rutina más coherente y cómoda (no sin argumentos) entre la afición. Cognitivamente, nunca fue el interior más rápido. Tampoco el lateral con más recorrido, con recursos técnicos en el uno contra uno o contundente defendiendo. Pero siempre jugaba pensando por y para el color blaugrana, algo que le ha convertido en un buen líder, además de referente para los más jóvenes durante los últimos años. Nunca ha sido un jugador que en el césped haya estado más preocupado por descubrir si Castelldefels es un barrio de Barcelona y si está en el norte o en el sur de la ciudad. Siempre generador de contradicciones entre la masa social culé, pero con un barcelonismo inquebrantable e incuestionable. Se marcha del club después de 18 años, 373 partidos y 25 títulos a sus espaldas. El antihéroe moderno es así: un personaje del que se pide su salida durante mucho tiempo para que, una vez realizada, acabe produciendo melancolía e incluso alguna lágrima.
Artículo de Joan Cebrián (@Motijoan)